
No soy de los que no miran la televisión por una cuestión de snobismo o porque me quiera hacerme el intelectual. La verdad que en las casas el las que viví siempre hubo tele y en cuanto pudimos hubo cable, había sólo seis o siete canales.
Con el tiempo, la cantidad de canales iba aumentando y con ella la cantidad de opciones. Llegó un momento en el que la oferta fue casi ilimitada y ese momento, a mi juicio es hoy.
Convengamos que esto es real. Uno tiene opciones en canales de noticias de distintas ideologías, deportes de los más variados, películas de distintos orígenes y épocas, canales exclusivos de series, de documentales, para chicos, para adultos, para extranjeros, de cocina, etc., etc., etc.
El tema es que lo que me ocurrió, fue que a medida que la oferta aumentaba mi demanda disminuía, premisa básica de cualquier transacción. Terminé viendo sólo algunos deportes que me interesaban, documentales que ya sabía de memoria, el canal I-Sat, y alguna que otra película que me cruzaba en el camino de un zapping furioso y descontrolado.
Cuando me mudé solo, decidí que además de ahorrarme unos buenos pesos (cada vez más) iba a desconectarme del mundo mediático para invertir tiempo en cosas que hacía mucho que no disfrutaba plenamente. Me propuse prescindir de la TV y el cable, de Internet y del teléfono.
Al principio me fue muy bien. Recuperé el hábito de la lectura hasta que llegó a ser compulsivo. En un momento me di cuenta que estaba leyendo 5 libros juntos. Por lo del teléfono, tengo el celular del trabajo y lo uso para mi vida fuera de él también, así que encima de no tener costo alguno por este servicio, evitaba llamadas innecesarias de las personas que al ver el prefijo 15 delante, inmediatamente pensaban en que el precio por una boludez sería mayor y desistían. Lo de la TV realmente fue la gloria. Tomé conciencia del tiempo que perdía tirado haciendo zapping sin ver realmente nada y que solamente la extrañaba unas horas por semana, que eran los momentos en que miraba algún partido de algo, o algún programa que realmente quería. Salía mucho, incluso solo, a caminar por ahí, a tomar aire, en vez de estar embalsamado en un sillón con el movimiento del dedo pulgar derecho ininterrumpido, y la verdad que la pasaba espectacular.
Hasta que un día, por una fatalidad cercana, heredé una tele vieja, que “iba a parar a la basura si yo no la quería”. La acepté, no daba para discutir en esas circunstancias.
El “nuevo” habitante de mi casa, fue a parar al cuarto “dejálo ahí que después me fijo que hago” en el que vivió unos tres meses de ignorancia, junto a seis paraguas rotos, pedazos de una biblioteca vieja, una máquina de tejer, tierra, cables, latas de pintura y otras cosas dignas de habitarlo.
Hace veinte días mi hija vive conmigo tiempo completo, por lo que me pareció “bueno” instalar el cubo maldito y “conectarme” al servicio de cable para que ella no modifique mucho su rutina de mirar los dibujitos cuando almuerza o toma la merienda. Además yo podría volver a ver los partidos de los que me hablaban al día siguiente de haberse jugado, mirar algunos programas estaba obviando y que sabía que me interesarían, mirar algunos documentales y alguna que otra película. Creía que todo iba a estar bien.
Bueno…. en fin…. Un día, un amigo pasó por casa y me dijo:
Con el tiempo, la cantidad de canales iba aumentando y con ella la cantidad de opciones. Llegó un momento en el que la oferta fue casi ilimitada y ese momento, a mi juicio es hoy.
Convengamos que esto es real. Uno tiene opciones en canales de noticias de distintas ideologías, deportes de los más variados, películas de distintos orígenes y épocas, canales exclusivos de series, de documentales, para chicos, para adultos, para extranjeros, de cocina, etc., etc., etc.
El tema es que lo que me ocurrió, fue que a medida que la oferta aumentaba mi demanda disminuía, premisa básica de cualquier transacción. Terminé viendo sólo algunos deportes que me interesaban, documentales que ya sabía de memoria, el canal I-Sat, y alguna que otra película que me cruzaba en el camino de un zapping furioso y descontrolado.
Cuando me mudé solo, decidí que además de ahorrarme unos buenos pesos (cada vez más) iba a desconectarme del mundo mediático para invertir tiempo en cosas que hacía mucho que no disfrutaba plenamente. Me propuse prescindir de la TV y el cable, de Internet y del teléfono.
Al principio me fue muy bien. Recuperé el hábito de la lectura hasta que llegó a ser compulsivo. En un momento me di cuenta que estaba leyendo 5 libros juntos. Por lo del teléfono, tengo el celular del trabajo y lo uso para mi vida fuera de él también, así que encima de no tener costo alguno por este servicio, evitaba llamadas innecesarias de las personas que al ver el prefijo 15 delante, inmediatamente pensaban en que el precio por una boludez sería mayor y desistían. Lo de la TV realmente fue la gloria. Tomé conciencia del tiempo que perdía tirado haciendo zapping sin ver realmente nada y que solamente la extrañaba unas horas por semana, que eran los momentos en que miraba algún partido de algo, o algún programa que realmente quería. Salía mucho, incluso solo, a caminar por ahí, a tomar aire, en vez de estar embalsamado en un sillón con el movimiento del dedo pulgar derecho ininterrumpido, y la verdad que la pasaba espectacular.
Hasta que un día, por una fatalidad cercana, heredé una tele vieja, que “iba a parar a la basura si yo no la quería”. La acepté, no daba para discutir en esas circunstancias.
El “nuevo” habitante de mi casa, fue a parar al cuarto “dejálo ahí que después me fijo que hago” en el que vivió unos tres meses de ignorancia, junto a seis paraguas rotos, pedazos de una biblioteca vieja, una máquina de tejer, tierra, cables, latas de pintura y otras cosas dignas de habitarlo.
Hace veinte días mi hija vive conmigo tiempo completo, por lo que me pareció “bueno” instalar el cubo maldito y “conectarme” al servicio de cable para que ella no modifique mucho su rutina de mirar los dibujitos cuando almuerza o toma la merienda. Además yo podría volver a ver los partidos de los que me hablaban al día siguiente de haberse jugado, mirar algunos programas estaba obviando y que sabía que me interesarían, mirar algunos documentales y alguna que otra película. Creía que todo iba a estar bien.
Bueno…. en fin…. Un día, un amigo pasó por casa y me dijo:
- Ahhh…, claudicaste?
- No, ni en pedo, dije convencido. Es por la nena y bla bla bla….
- Si, claro.
- Seguís sin saber de que se trata LOST no?
- Si, sigo igual.
- Bueno, ahora vengo.
A los quince minutos estaba ahí, con una pila de 21 DVD con la serie completa. Las tres temporadas que se emitieron hasta hoy.
- Mirá sólo el primer capítulo. Después me devolvés todo.
- Andá a cagar.
- Bueno, vos hacelo cuando quieras, no te pongo tiempos.
- Ok.
La pila de DVD estuvo casi una semana sobre el modular, hasta juntó polvo. Una tarde de lluvia de un fin de semana se dio la situación ideal (?). La nena durmiendo la siesta, la casa limpia, todo bajo control y en calma.
Puse el primer disco y desde ese momento hasta una semana y media más tarde, no hice otra cosa que devorar la serie. La verdad que hace tiempo que no me engancho tanto con algo y está buena.
Así que eso… soy parte del rebaño y qué? Que sigue? La play? La Lola? Que sigueeeeeeeee??????