No era la primera vez que lo pensaba pero nunca había llegado tan lejos. El día era ideal. Gris, llovizna casi lluvia por momentos y soledad total. Mientras caminaba rumbo a su trabajo no se cruzó con nadie. Las calles vacías por las inclemencias climáticas y porque siempre estaban vacías, aumentaron la posibilidad de concreción. Hoy si. Hoy será perfecto.
Fue caminando porque ni el ómnibus pasó. Hasta eso lo había abandonado. Pero nada lo amedrentaría hoy. Ya no aguantaba más. Su trabajo rutinario, su pareja, sus ex parejas, sus amigos que ni el se atrevía a llamarlos así y catalogaba como conocidos, y esa característica en su carácter, solidaria pero tortuosa por momentos, de cargar mochilas ajenas, hacían de su vida algo ya imposible de soportar. El mundo, más que venírsele abajo le pesaba a cada minuto más.
Tenía las llaves. Era el primero que llegaba a la oficina, encargado de los recortes de las noticias importantes en los diarios. Cuando su jefe llegara debía estar todo preparado y listo para empezar a tipear los resúmenes para subir a la página y llenar la lista del newsletter. Nunca había llegado tarde porque le temía a su jefe siempre de tan buen humor, no por una cuestión de responsabilidad.
En la puerta del edificio respiró hondo y metió la mano en el bolsillo para agarrar la llave. Abrió la puerta, llamó al ascensor y presionó el botón de la terraza.
Cuando salió sintió mucho más frio del que había en la vereda. La altura pensó. Caminó hacia la esquina y apoyó los brazos en la reja. Miró hacia abajo y se largó a llorar. Retrocedió unos metros y miro el cielo plomizo que le escupió la cara con la lluvia helada, como alentándolo a que lo hiciera.
Miró hacia los edificios vecinos y se detuvo en la cúpula dorada del de enfrente. Observó que no era tan dorada ni inmaculada como la veía desde la ventana de su escritorio todos los putos días. Las cosas no se ven del mismo modo desde cerca.
Giró su cabeza y se detuvo en una ventana que estaba abierta, le llamó la atención por la lluvia y el frio. La observó por un instante y se dio cuenta que salía un humo blanco y espeso.
Pronto un olor inconfundible e inolvidable lo llevó unos veinticinco años atrás. Ese recital en Buenos Aires de Serú Girán, el viaje con los amigos, esos si que lo eran, y ser testigo de algo que quedó en la historia. Por un momento le dio sentido a su vida que también tenia como la tapa del disco un color negro.
Su teléfono sonó pero no atendió. Ni quiso ver quien era. Cuando dejó de sonar lo agarró para apagarlo y recordó que se lo habían regalado los compañeros de la oficina en su último cumpleaños. Vio que le habían dejado un mensaje de voz y lo escuchó, parado al borde de la terraza apoyado nuevamente en la reja. Su pareja le encargaba que comprara algo cuando volviera, pero el no volvería. Estaba decidido.
Levantó la mirada nuevamente a la ventana abierta. Pudo ver tres personas que lo estaban observando o eso suponía. Dos mujeres y un hombre. Se quedó largo rato mirándolos.
Durante ese tiempo se abrazaban como si se estuviesen reencontrando después de años. Logró distinguir a la distancia que la estaban pasando bien. Trató de reconocer el edificio y lo identificó como el hotel ese que estaba junto al banco. Es un reencuentro pensó, no hay dudas.
Vio sus caras de felicidad y volvió a romper en llanto. Se los notaba muy contentos. Había regalos y más abrazos, conversaban entre ellos fluidamente, como aquellas personas que se conocían desde siempre, que eran amigos desde siempre.
No pudo evitar pensar en sus compañeros de oficina cuando le dieron el teléfono. Estaban más contentos que él. Recordó el festejo de esa noche en la casa de su hermana, la mayor. Recordó que ella le había hecho escuchar por primera vez a Serú Girán y lo que lo había alentado para que hiciera ese viaje, incluyendo el trabajo fino de convencimiento a sus padres y algo de plata que le había prestado. Y que me de la inyección a tiempo, antes que se me pudra el corazón. Y caliente estos huesos fríos, nena… Se encontró cantando y se sorprendió, hasta se le dibujó una sonrisa.
Los brazos empezaron a temblarle mientras prendía el teléfono nuevamente. Dijo que compraría el encargo de vuelta, que estaba todo cerrado y que buscaría una tienda en el camino.
Cuando bajó, miró los restos del teléfono dispersados en la calle y se fue silbando, quizá algo de Serú.