
Empezó hace bastante y terminó el sábado. El nuevo departamento que encontramos en un dibujo de un arquitecto, que un entusiasta vendedor nos mostraba dentro de un circo montado en un baldío de Palermo, nunca fue tan palpable hasta ese día.
Ella se mudaba, pasaría a ser dueña, como los de la propaganda de los inexistentes o complicados créditos, los que ningún banco, salvo el de papá, nos facilitó realmente.
El parto duró muchísimo más que nueve meses. El día que fuimos a limpiar, todo parecía tan grande que los detalles de las imperfecciones y los estilos modernos de construcción, consistentes en gastar la menor cantidad de plata posible en hacer el edificio y partirte la columna de un hachazo numérico, quedaron prácticamente desvanecidos. Nuestra sonrisa que pronto tomó la forma de abrazo y de risa opacó todo lo que había alrededor.
El camino más largo siempre es el mejor, el más placentero, pero el más complicado. La angustia se apoderó en varios momentos de su mente con cosas mensurablemente insignificantes pero que sumadas hicieron una bola de nieve casi imposible de parar.
- Las cortinas no llegan y me voy a despertar en cuanto salga el sol. Las rejas del balcón no las puedo poner porque el arquitecto no me deja y ya puse mil quinientos mangos. El medidor de la luz, el gas y el cable no llegan más. Tengo que pedirme unos días en el laburo para resolver todo esto porque si no me voy a volver loca. Tengo que conseguir un flete. Me parece que el lugar para la heladera y el lavarropas es chico, no van a entrar. Hay que comprar un montón de cosas. Hay que gastar un montón de guita.
Y yo no llegaba nunca a entender por qué algo que estaba tan bueno provocaba tanta angustia, algo que era una alegría generaba malestar y hasta tristeza.
- Me encargo del flete y la mudanza, no te tomes días en el laburo ahora porque los vas a necesitar después cuando te mudes, tratá de resolver por teléfono. Pasame los datos de lo del gas, la luz y el cable que yo llamo. Lo de la heladera y compañía lo medimos y vemos. Ponele un poco de pilas a esto porque se te va a venir encima.
- No te me caigas vos porque con dos caídos no hacemos nada. Aguantame en esta si?
Ni contesté. El flete arreglado para el sábado a la mañana bien temprano con vísperas de un largo y trabajoso día. Y casi me olvido del cumpleaños del viernes y casi me muero de sueño ya el miércoles pensándolo.
- (SMS) Sos un boludo. Cómo que te olvidaste?
- (SMS) A las siete estoy ahí con facturas. Te toca el mate. No te preocupes.
- Boludo!!
Sin dormir pero despierto estuve ahí, a las siete y sin facturas porque ni las panaderías habían abierto. El mate si estaba y ella llorando en medio de las cajas y bolsas.
- Voy a extrañar mucho esta cucha.
Empecé junto con el peón contratado a bajar en “orden” las cosas según lo que indicaba el chofer del flete desde abajo. Primero las cajas y las bolsas, después la mesa y la biblioteca. La cama por la escalera. La heladera por suerte entró en el ascensor. Dos horas, incluyendo el intento de arreglo de uno de los ascensores. La camioneta cargada y lista y ella que miraba desde la vereda hacia adentro del edificio con los ojos vidriosos.
- Ya está. Vamos.
- Necesito fumarme un pucho con vos, el último. Vamos al pasaje.
Le di diez pesos al peón, le dije que vaya a comprarse unas facturas para que coman algo, que nos esperen un rato. Salimos rumbo a la vuelta, al pasaje una vez más. La última.
- Te acordás la primera vez que dimos esta vuelta?
- Claro.
- Estaba hecha mierda.
- Peor que ahora.
- No, ahora estoy peor pero se me nota menos.
- Y si lo dejás salir de una vez?
- No voy a poder ahora.
- Bueno, vamos. Te la bancás sola en el taxi?
- Si, dale.
Y salimos cambiando Barrio Norte por Palermo, como figurita repetida o mejor dicho gastada.
El proceso de descarga fue más rápido. Fue un piso en vez de cinco, y con ascensor nuevo y grande, y departamento nuevo y grande, y balcón nuevo y grande, con la copa frondosa del árbol de la vereda sobre nuestras caras y el sol colándose entre las hojas. Y ahí si, lo dejó salir de una vez para terminar de empapar mi remera que, además de transpiración, ahora tenía recuerdos.
Ya entrada la noche, algunas cajas seguían ahí. Bolsas por todos lados y paquetes con cosas desparramadas en la habitación y en el living.
- Tengo hambre. Trajiste salamines de córdoba no? Yo cumplí con lo mío. En la mochila está el queso y el vino
- No, no traje salamines. Traje lomito y jamón.
- No se que estamos esperando. Balcón?
- Balcón, claro.
Una caja fue nuestra mesa y el piso nuestras sillas. Las dos copas reglamentarias y un cúter que reemplazó los cuchillos que todavía no habíamos encontrado. La noche estaba muy ventosa y las semillas de los eucaliptus volaban como mosquitos pero nada nos molestaba. La laptop nos pasó música mientras tanto. “… pero noooooo, no seeeee, si le temo a la muerte, o a la soledad.” gritaba Moyo mientras el aire se espesaba y el silencio no dejaba escuchar ni el viento.
- Te quedás a dormir? No quiero dormir sola.
- Te da miedo el cuco?
- No, me dan miedo otras cosas mucho más pesadas que el cuco.
- El hombre de la bolsa? Me sigo haciendo el boludo?
- No. No sos ningún boludo. La boluda soy yo, pero la verdad que quiero que te quedes.
La consistencia gelatinosa del aire lo invadió todo, exceptuando una línea recta entre nuestros ojos, en la que se podía respirar con cierta dificultad. No pude evitar bajar la mirada hacia su boca, pero al volver a subirla me estaban esperando sus ojos, ahí, firmes y bien abiertos, todavía algo vidriosos.
- Duermo en el living.
- No.
- No me dan las cuentas. Por ningún lado.
- A mi tampoco y soy contadora.
- Entonces?
- Entonces quedate. Voy a buscar el Champagne, debe estar helado si es que no explotó dentro del freezer.
- Yo voy a explotar me parece. Me querés poner en pedo?
- Ya estás en pedo y yo también. Fueron dos botellas.
- Traelo dale.
Estaba increíblemente helado, impagable. Un balde convertido en frapera y dos cubeteras de hielo sostuvieron su agonía. Murió en una hora.
- Ya es tarde. Te vas a quedar?
- No. No me parece. Sabés lo que pienso al respecto.
- Si, pero no se lo que sentís.
- Si lo sabés.
- Si…, lo se.
- Es mejor. No me va a hacer para nada bien en este momento.
- A mi si. Al menos eso creo.
- Eso crees porque estás en pedo.
- Me viste tomar mucho más que lo de hoy. Me viste en pedo. Estoy perfectamente conciente.
- Bueno, pensá en mi entonces. Al menos un poco.
- Lo hago todo el tiempo.
- Entremos las cosas.
Después de besarla al despedirme, después de un abrazo que me dejó sin aire le dije que si, que me iba a tomar un taxi para que se quedara tranquila, pero me fui caminando las eternas doce cuadras en las que me pregunté a cada metro si era un pelotudo. Ya se veía el cielo violeta y el viento había aflojado. Los borrachos que me crucé parecían escoltarme con su mirada perdida, casi tan perdida como perdido estaba yo.
Cuando el celular vibró, pensé que me había olvidado algo. Ya estaba a mitad de camino y ni quería imaginarme un regreso esa noche, casi mañana. Por eso, antes de atender revisé si tenía las llaves de mi casa, cualquier otra cosa quedaría por recuperarse otro día.
- (SMS) No debiste caminar. No me podés mentir. No sos un pelotudo. MIL GRACIAS. Te quiero muchísimo. Venís a la tarde?
Y yo no llegaba a entender por qué algo que estaba tan bueno provocaba tanta angustia, algo que era una alegría generaba malestar y hasta tristeza.