agosto 23, 2007

Mayfly MTV (MVD) Unplugged

Hace tiempo que no subo un Foto Post. Se me ocurrió que como muchos me visitan, hice lo propio con ustedes, con su ciudad. Les dejo las imágenes de mis ojos y el mejor de los recuerdos.

Paisaje típico de Bs. As. No me refiero a la postal de la ciudad, sino a la manada de gente peleándose por entrar al barco, escena que se repitió, por supuesto, en la puerta del freeshop, veinte minutos antes que abriera, veinte minutos antes que el barco atraque, en migraciones. En fin...

Si, los dibujos formados por la reja son penes y no tienen (ni tengo) la mente podrida, al menos no por esto. Son penes.



En este puesto de empanadas pueden comerse una de chocolate o de dulce de leche (no es joda). De todas formas, cualquier cosa puede bajarse placenteramente con un medio y medio.



Los lugares descubiertos como tesoros, como este café que está en el primer piso de un edificio al que para subir, como es de suponer, hay que tocar el timbre. Dentro, en realidad uno se encuentra con una librería tanto de usados como nuevos, en la que se puede tomar café, té y comer una porción de torta casera. Impagable. De alguna manera, Borges ya agradeció todo eso, más lo que nunca conoció.


Everybody, everywhere, everytime.


Y me fui. Aunque hubiesen sido años de estadia, con la sensación egoista de tiempo insuficiente. Lo peor del viaje: ascensor del hotel roto durante dos de los tres dias y 9 pisos por la escalera. Lo mejor: la gente (como siempre) y la invalorable compañía y guia NO turística. Trillones de gracias Clement, Lois. Trillones de abrazos.

agosto 14, 2007

Viernes, 3 p.m.

No era la primera vez que lo pensaba pero nunca había llegado tan lejos. El día era ideal. Gris, llovizna casi lluvia por momentos y soledad total. Mientras caminaba rumbo a su trabajo no se cruzó con nadie. Las calles vacías por las inclemencias climáticas y porque siempre estaban vacías, aumentaron la posibilidad de concreción. Hoy si. Hoy será perfecto.

Fue caminando porque ni el ómnibus pasó. Hasta eso lo había abandonado. Pero nada lo amedrentaría hoy. Ya no aguantaba más. Su trabajo rutinario, su pareja, sus ex parejas, sus amigos que ni el se atrevía a llamarlos así y catalogaba como conocidos, y esa característica en su carácter, solidaria pero tortuosa por momentos, de cargar mochilas ajenas, hacían de su vida algo ya imposible de soportar. El mundo, más que venírsele abajo le pesaba a cada minuto más.

Tenía las llaves. Era el primero que llegaba a la oficina, encargado de los recortes de las noticias importantes en los diarios. Cuando su jefe llegara debía estar todo preparado y listo para empezar a tipear los resúmenes para subir a la página y llenar la lista del newsletter. Nunca había llegado tarde porque le temía a su jefe siempre de tan buen humor, no por una cuestión de responsabilidad.

En la puerta del edificio respiró hondo y metió la mano en el bolsillo para agarrar la llave. Abrió la puerta, llamó al ascensor y presionó el botón de la terraza.

Cuando salió sintió mucho más frio del que había en la vereda. La altura pensó. Caminó hacia la esquina y apoyó los brazos en la reja. Miró hacia abajo y se largó a llorar. Retrocedió unos metros y miro el cielo plomizo que le escupió la cara con la lluvia helada, como alentándolo a que lo hiciera.

Miró hacia los edificios vecinos y se detuvo en la cúpula dorada del de enfrente. Observó que no era tan dorada ni inmaculada como la veía desde la ventana de su escritorio todos los putos días. Las cosas no se ven del mismo modo desde cerca.

Giró su cabeza y se detuvo en una ventana que estaba abierta, le llamó la atención por la lluvia y el frio. La observó por un instante y se dio cuenta que salía un humo blanco y espeso.

Pronto un olor inconfundible e inolvidable lo llevó unos veinticinco años atrás. Ese recital en Buenos Aires de Serú Girán, el viaje con los amigos, esos si que lo eran, y ser testigo de algo que quedó en la historia. Por un momento le dio sentido a su vida que también tenia como la tapa del disco un color negro.

Su teléfono sonó pero no atendió. Ni quiso ver quien era. Cuando dejó de sonar lo agarró para apagarlo y recordó que se lo habían regalado los compañeros de la oficina en su último cumpleaños. Vio que le habían dejado un mensaje de voz y lo escuchó, parado al borde de la terraza apoyado nuevamente en la reja. Su pareja le encargaba que comprara algo cuando volviera, pero el no volvería. Estaba decidido.

Levantó la mirada nuevamente a la ventana abierta. Pudo ver tres personas que lo estaban observando o eso suponía. Dos mujeres y un hombre. Se quedó largo rato mirándolos.

Durante ese tiempo se abrazaban como si se estuviesen reencontrando después de años. Logró distinguir a la distancia que la estaban pasando bien. Trató de reconocer el edificio y lo identificó como el hotel ese que estaba junto al banco. Es un reencuentro pensó, no hay dudas.

Vio sus caras de felicidad y volvió a romper en llanto. Se los notaba muy contentos. Había regalos y más abrazos, conversaban entre ellos fluidamente, como aquellas personas que se conocían desde siempre, que eran amigos desde siempre.

No pudo evitar pensar en sus compañeros de oficina cuando le dieron el teléfono. Estaban más contentos que él. Recordó el festejo de esa noche en la casa de su hermana, la mayor. Recordó que ella le había hecho escuchar por primera vez a Serú Girán y lo que lo había alentado para que hiciera ese viaje, incluyendo el trabajo fino de convencimiento a sus padres y algo de plata que le había prestado. Y que me de la inyección a tiempo, antes que se me pudra el corazón. Y caliente estos huesos fríos, nena… Se encontró cantando y se sorprendió, hasta se le dibujó una sonrisa.

Los brazos empezaron a temblarle mientras prendía el teléfono nuevamente. Dijo que compraría el encargo de vuelta, que estaba todo cerrado y que buscaría una tienda en el camino.
Cuando bajó, miró los restos del teléfono dispersados en la calle y se fue silbando, quizá algo de Serú.